Fiel al compromiso con el realismo, con la memoria y con las cuestiones inherentes al ser humano, Joseba Sánchez Zabaleta vuelve a sumergirnos, a través del ritmo lento y minucioso de su pintura, en aquellos territorios de lo emocional donde el espectador, protagonista silencioso, penetra ajeno al tiempo en introspecciones y derivas propias de la existencia, al ver desdoblada su alma frente a ese Dios que todo lo ve y no hace nada.
El olvido que nos habita es el nuevo intento del pintor por llevarnos a su terreno, situándonos frente a un espejo con el leve pulso de un paisaje inhóspito, de una mesa vacía, o de un espacio indeterminado como fondo, sobre el que sitúa la naturaleza que intuye extinta frente a nosotros con la intención de detenernos en seco y provocarnos el espacio para la contemplación y la reflexión en una mirada frontal. Sucede que la vida va al galope, que todo es tan efímero que apenas queda espacio para detenerse a mirar. En nosotros inocularon la semilla de lo nuevo y por ende olvidar parece necesario. Hoy revisar lo pasado resulta pertinente ya que es lo único que nos puede hacer sentir que algo nos sujeta a la vida, que somos algo mejores, que recorrimos un largo camino.
