Descubrí el poder del dibujo muy pronto.
De muy pequeño me di cuenta de que con él podía construir un mundo de juguete: naves espaciales, extraterrestre, caballos, indios, pistoleros, etc. Con cuatro trazos tenia suficiente, la imaginación hacia el resto. Pero todo dio un giro cuando un compañero de clase me propuso cambiar el caballo que acababa de dibujar por uno de verdad, quiero decir uno de plástico de unos diez centímetros, evidentemente. Es decir, que aquellos garabatos también podían interesar a otras personas.
Pasaron los años y sigo construyendo mundos y explicando sus historias con los dibujos. En Bellas Artes, pinceles y pinturas se suman al lápiz y nos hacemos compañeros inseparables.
He reflexionado muy a menudo en el por qué de esta necesidad creativa y como el arte nos interpela; en cómo explicar la conexión mágica que hace que realmente nos emocionemos delante de algunas obras.
Me cuesta encontrar palabras para expresarlo y por eso las tomo prestadas del siempre lúdico David Trueba, quien las pone en boca del músico protagonista en Tierra de Campos: “en realidad yo toco timbres, una, diez, veinte veces y, a lo mejor, alguien me oye y me abre”.
Magí Puig
Noviembre de 2022
