La intersección entre la pintura y el dibujo nos conduce a explorar dos formas artísticas distintas, cada una con su enfoque y técnica característicos.
En 2017, Bruna empieza su práctica artística de forma autodidacta, centrándose en la pintura, partiendo de la necesidad de expresar emociones. Para ella, el retrato es muy importante desde el principio, y lo sigue siendo —excepto en el dibujo, donde suele centrar su atención en el paisaje—. Durante 2023, se inclina la balanza y el dibujo coge mucha presencia en su obra, es así como en esta exposición se decide a mezclar ambos lenguajes que siguen procesos distintos, pero parten de una misma necesidad.
En la pintura, el proceso surge desde lo emocional y se manifiesta a través de la mancha, guiado principalmente por la intuición, de este modo las formas emergen desde el subconsciente. Nunca tiene una idea definida de lo que busca en los cuadros hasta que los termina. Aunque los cuadros son pequeños, al no saber qué se busca, es un trabajo de mucha paciencia, se trata más del proceso que del resultado en sí.
En este contexto, los temas representados suelen ser rostros o fragmentos que expresan estados internos. También es una progresión basada en la evolución de las pinceladas, donde hay mucho de uno mismo en ello.
Por otro lado, el dibujo nos invita a un proceso que parte de la observación, donde la línea predomina como elemento sugerente y expresivo. Aquí, la atención se centra en capturar la esencia de la realidad a través del trazo, en un acto de contemplación y reflexión. Se trata de buscar la fuerza que se quiere sacar del elemento representado y tratar de extraerla. Los paisajes, animales y figuras humanas conocidas adquieren protagonismo en este universo.
La convergencia entre la pintura y el dibujo permite que estos dos lenguajes artísticos se encuentren y se entrelacen, fusionando la intuición con la observación y la emoción con la reflexión.
